Category: Leyendas Tradicionales

LA BELLA DURMIENTE

LA BELLA DURMIENTE
Hace muchos años vivían un rey y una reina quienes cada día decían: «¡Ah, si al menos tuviéramos un hijo!» Pero el hijo no llegaba. Sin embargo, una vez que la reina tomaba un baño, una rana saltó del agua a la tierra, y le dijo: «Tu deseo será realizado y antes de un año, tendrás una hija.»

Lo que dijo la rana se hizo realidad, y la reina tuvo una niña tan preciosa que el rey no podía ocultar su gran dicha, y ordenó una fiesta. Él no solamente invitó a sus familiares, amigos y conocidos, sino también a un grupo de hadas, para que ellas fueran amables y generosas con la niña. Eran trece estas hadas en su reino, pero solamente tenía doce platos de oro para servir en la cena, así que tuvo que prescindir de una de ellas.

La fiesta se llevó a cabo con el máximo esplendor, y cuando llegó a su fin, las hadas fueron obsequiando a la niña con los mejores y más portentosos regalos que pudieron: una le regaló la Virtud, otra la Belleza, la siguiente Riquezas, y así todas las demás, con todo lo que alguien pudiera desear en el mundo.

Cuando la décimoprimera de ellas había dado sus obsequios, entró de pronto la décimotercera. Ella quería vengarse por no haber sido invitada, y sin ningún aviso, y sin mirar a nadie, gritó con voz bien fuerte: «¡La hija del rey, cuando cumpla sus quince años, se punzará con un huso de hilar, y caerá muerta inmediatamente!» Y sin más decir, dio media vuelta y abandonó el salón.

Todos quedaron atónitos, pero la duodécima, que aún no había anunciado su obsequio, se puso al frente, y aunque no podía evitar la malvada sentencia, sí podía disminuirla, y dijo: «¡Ella no morirá, pero entrará en un profundo sueño por cien años!»

El rey trataba por todos los medios de evitar aquella desdicha para la joven. Dio órdenes para que toda máquina hilandera o huso en el reino fuera destruído. Mientras tanto, los regalos de las otras doce hadas, se cumplían plenamente en aquella joven. Así ella era hermosa, modesta, de buena naturaleza y sabia, y cuanta persona la conocía, la llegaba a querer profundamente.

Sucedió que en el mismo día en que cumplía sus quince años, el rey y la reina no se encontraban en casa, y la doncella estaba sola en palacio. Así que ella fue recorriendo todo sitio que pudo, miraba las habitaciones y los dormitorios como ella quiso, y al final llegó a una vieja torre. Ella subió por las angostas escaleras de caracol hasta llegar a una pequeña puerta. Una vieja llave estaba en la cerradura, y cuando la giró, la puerta súbitamente se abrió. En el cuarto estaba una anciana sentada frente a un huso, muy ocupada hilando su lino.

«Buen día, señora,» dijo la hija del rey, «¿Qué haces con eso?» – «Estoy hilando,» dijo la anciana, y movió su cabeza.

«¿Qué es esa cosa que da vueltas sonando tan lindo?» dijo la joven.

Y ella tomó el huso y quiso hilar también. Pero nada más había tocado el huso, cuando el mágico decreto se cumplió, y ellá se punzó el dedo con él.

En cuanto sintió el pinchazo, cayó sobre una cama que estaba allí, y entró en un profundo sueño. Y ese sueño se hizo extensivo para todo el territorio del palacio. El rey y la reina quienes estaban justo llegando a casa, y habían entrado al gran salón, quedaron dormidos, y toda la corte con ellos. Los caballos también se durmieron en el establo, los perros en el césped, las palomas en los aleros del techo, las moscas en las paredes, incluso el fuego del hogar que bien flameaba, quedó sin calor, la carne que se estaba asando paró de asarse, y el cocinero que en ese momento iba a jalarle el pelo al joven ayudante por haber olvidado algo, lo dejó y quedó dormido. El viento se detuvo, y en los árboles cercanos al castillo, ni una hoja se movía.

Pero alrededor del castillo comenzó a crecer una red de espinos, que cada año se hacían más y más grandes, tanto que lo rodearon y cubrieron totalmente, de modo que nada de él se veía, ni siquiera una bandera que estaba sobre el techo. Pero la historia de la bella durmiente «Preciosa Rosa,» que así la habían llamado, se corrió por toda la región, de modo que de tiempo en tiempo hijos de reyes llegaban y trataban de atravesar el muro de espinos queriendo alcanzar el castillo. Pero era imposible, pues los espinos se unían tan fuertemente como si tuvieran manos, y los jóvenes eran atrapados por ellos, y sin poderse liberar, obtenían una miserable muerte.

Y pasados cien años, otro príncipe llegó también al lugar, y oyó a un anciano hablando sobre la cortina de espinos, y que se decía que detrás de los espinos se escondía una bellísima princesa, llamada Preciosa Rosa, quien ha estado dormida por cien años, y que también el rey, la reina y toda la corte se durmieron por igual. Y además había oído de su abuelo, que muchos hijos de reyes habían venido y tratado de atravesar el muro de espinos, pero quedaban pegados en ellos y tenían una muerte sin piedad. Entonces el joven príncipe dijo:

-«No tengo miedo, iré y veré a la bella Preciosa Rosa.»-

El buen anciano trató de disuadirlo lo más que pudo, pero el joven no hizo caso a sus advertencias.

Pero en esa fecha los cien años ya se habían cumplido, y el día en que Preciosa Rosa debía despertar había llegado. Cuando el príncipe se acercó a donde estaba el muro de espinas, no había otra cosa más que bellísimas flores, que se apartaban unas de otras de común acuerdo, y dejaban pasar al príncipe sin herirlo, y luego se juntaban de nuevo detrás de él como formando una cerca.

En el establo del castillo él vio a los caballos y en los céspedes a los perros de caza con pintas yaciendo dormidos, en los aleros del techo estaban las palomas con sus cabezas bajo sus alas. Y cuando entró al palacio, las moscas estaban dormidas sobre las paredes, el cocinero en la cocina aún tenía extendida su mano para regañar al ayudante, y la criada estaba sentada con la gallina negra que tenía lista para desplumar.

Él siguio avanzando, y en el gran salón vió a toda la corte yaciendo dormida, y por el trono estaban el rey y la reina.

Entonces avanzó aún más, y todo estaba tan silencioso que un respiro podía oirse, y por fin llegó hasta la torre y abrió la puerta del pequeño cuarto donde Preciosa Rosa estaba dormida. Ahí yacía, tan hermosa que él no podía mirar para otro lado, entonces se detuvo y la besó. Pero tan pronto la besó, Preciosa Rosa abrió sus ojos y despertó, y lo miró muy dulcemente.

Entonces ambos bajaron juntos, y el rey y la reina despertaron, y toda la corte, y se miraban unos a otros con gran asombro. Y los caballos en el establo se levantaron y se sacudieron. Los perros cazadores saltaron y menearon sus colas, las palomas en los aleros del techo sacaron sus cabezas de debajo de las alas, miraron alrededor y volaron al cielo abierto. Las moscas de la pared revolotearon de nuevo. El fuego del hogar alzó sus llamas y cocinó la carne, y el cocinero le jaló los pelos al ayudante de tal manera que hasta gritó, y la criada desplumó la gallina dejándola lista para el cocido.

Días después se celebró la boda del príncipe y Preciosa Rosa con todo esplendor, y vivieron muy felices hasta el fin de sus vidas.

 

EL LOBO Y LAS SIETE CABRITILLAS

EL LOBO Y LAS SIETE CABRITILLAS

Érase una vez una vieja cabra que tenía siete cabritas, a las que quería tan tiernamente como una madre puede querer a sus hijos. Un día quiso salir al bosque a buscar comida y llamó a sus pequeñuelas. «Hijas mías,» les dijo, «me voy al bosque; mucho ojo con el lobo, pues si entra en la casa os devorará a todas sin dejar ni un pelo. El muy bribón suele disfrazarse, pero lo conoceréis enseguida por su bronca voz y sus negras patas.» Las cabritas respondieron: «Tendremos mucho cuidado, madrecita. Podéis marcharos tranquila.» Despidióse la vieja con un balido y, confiada, emprendió su camino.

No había transcurrido mucho tiempo cuando llamaron a la puerta y una voz dijo: «Abrid, hijitas. Soy vuestra madre, que estoy de vuelta y os traigo algo para cada una.» Pero las cabritas comprendieron, por lo rudo de la voz, que era el lobo. «No te abriremos,» exclamaron, «no eres nuestra madre. Ella tiene una voz suave y cariñosa, y la tuya es bronca: eres el lobo.» Fuese éste a la tienda y se compró un buen trozo de yeso. Se lo comió para suavizarse la voz y volvió a la casita. Llamando nuevamente a la puerta: «Abrid hijitas,» dijo, «vuestra madre os trae algo a cada una.» Pero el lobo había puesto una negra pata en la ventana, y al verla las cabritas, exclamaron: «No, no te abriremos; nuestra madre no tiene las patas negras como tú. ¡Eres el lobo!» Corrió entonces el muy bribón a un tahonero y le dijo: «Mira, me he lastimado un pie; úntamelo con un poco de pasta.» Untada que tuvo ya la pata, fue al encuentro del molinero: «Échame harina blanca en el pie,» le dijo. El molinero, comprendiendo que el lobo tramaba alguna tropelía, se negó al principio, pero la fiera lo amenazó: «Si no lo haces, te devoro.» El hombre, asustado, le blanqueó la pata. Sí, así es la gente.

Volvió el rufián por tercera vez a la puerta y, llamando, dijo: «Abrid, pequeñas; es vuestra madrecita querida, que está de regreso y os trae buenas cosas del bosque.» Las cabritas replicaron: «Enséñanos la pata; queremos asegurarnos de que eres nuestra madre.» La fiera puso la pata en la ventana, y, al ver ellas que era blanca, creyeron que eran verdad sus palabras y se apresuraron a abrir. Pero fue el lobo quien entró. ¡Qué sobresalto, Dios mío! ¡Y qué prisas por esconderse todas! Se metió una debajo de la mesa; la otra, en la cama; la tercera, en el horno; la cuarta, en la cocina; la quinta, en el armario; la sexta, debajo de la fregadera, y la más pequeña, en la caja del reloj. Pero el lobo fue descubriéndolas una tras otra y, sin gastar cumplidos, se las engulló a todas menos a la más pequeñita que, oculta en la caja del reloj, pudo escapar a sus pesquisas. Ya ahíto y satisfecho, el lobo se alejó a un trote ligero y, llegado a un verde prado, se tumbó a dormir a la sombra de un árbol.

Al cabo de poco regresó a casa la vieja cabra. ¡Santo Dios, lo que vio! La puerta, abierta de par en par; la mesa, las sillas y bancos, todo volcado y revuelto; la jofaina, rota en mil pedazos; las mantas y almohadas, por el suelo. Buscó a sus hijitas, pero no aparecieron por ninguna parte; las llamó a todas por sus nombres, pero ninguna contestó. Hasta que le llegó la vez a la última, la cual, con vocecita queda, dijo: «Madre querida, estoy en la caja del reloj.» La sacó la cabra, y entonces la pequeña le explicó que había venido el lobo y se había comido a las demás. ¡Imaginad con qué desconsuelo lloraba la madre la pérdida de sus hijitas!

Cuando ya no le quedaban más lágrimas, salió al campo en compañía de su pequeña, y, al llegar al prado, vio al lobo dormido debajo del árbol, roncando tan fuertemente que hacía temblar las ramas. Al observarlo de cerca, le pareció que algo se movía y agitaba en su abultada barriga. ¡Válgame Dios! pensó, ¿si serán mis pobres hijitas, que se las ha merendado y que están vivas aún? Y envió a la pequeña a casa, a toda prisa, en busca de tijeras, aguja e hilo. Abrió la panza al monstruo, y apenas había empezado a cortar cuando una de las cabritas asomó la cabeza. Al seguir cortando saltaron las seis afuera, una tras otra, todas vivitas y sin daño alguno, pues la bestia, en su glotonería, las había engullido enteras. ¡Allí era de ver su regocijo! ¡Con cuánto cariño abrazaron a su mamaíta, brincando como sastre en bodas! Pero la cabra dijo: «Traedme ahora piedras; llenaremos con ellas la panza de esta condenada bestia, aprovechando que duerme.» Las siete cabritas corrieron en busca de piedras y las fueron metiendo en la barriga, hasta que ya no cupieron más. La madre cosió la piel con tanta presteza y suavidad, que la fiera no se dio cuenta de nada ni hizo el menor movimiento.

Terminada ya su siesta, el lobo se levantó, y, como los guijarros que le llenaban el estómago le diesen mucha sed, encaminóse a un pozo para beber. Mientras andaba, moviéndose de un lado a otro, los guijarros de su panza chocaban entre sí con gran ruido, por lo que exclamó:

«¿Qué será este ruido
que suena en mi barriga?
Creí que eran seis cabritas,
mas ahora me parecen chinitas.»

Al llegar al pozo e inclinarse sobre el brocal, el peso de las piedras lo arrastró y lo hizo caer al fondo, donde se ahogó miserablemente. Viéndolo las cabritas, acudieron corriendo y gritando jubilosas: «¡Muerto está el lobo! ¡Muerto está el lobo!» Y, con su madre, se pusieron a bailar en corro en torno al pozo.

La enigmática Dama de Negro

LA ENIGMÁTICA DAMA DE NEGRO 

Corría el otoño del año 1938, cuando Teodosio Gómez López “El Rojillo” de 45 años y vecino de Garganta la Olla, vivió el episodio más perturbador de toda su vida.

Era temprano, aún no había amanecido cuando Teodosio se dirigía montado en su mula a recoger castañas, iba camino a “Las Tortiñosas”, al poco de salir del pueblo apareció, a unos cinco metros delante de él, una figura alta cubierta con negros ropajes hasta la cabeza, sus ropas a modo de túnica o manto eran resplandecientes y brillaban con la luna de la noche.

En un principio pensó que podría tratarse de Amalia, una vecina del pueblo, muy buena moza, alta y guapa, pero empezó a extrañarse cuando fijándose bien vio que aquel personaje era extrañamente alto, mucho más que esta vecina.

El Rojillo, intrigado sobre quien sería aquella esa persona tan alta, azuzó a la mula para ver de quien se trataba, pero una vez más se extraño al ver que si aligeraba el paso la figura andaba más deprisa y hacía lo propio cuando retenía su marcha. El misterioso personaje siempre se mantenía a la misma distancia.

«La extraña figura jamás se giró, por lo que no supo distinguir si se trataba de un hombre o una mujer, se mantuvo siempre de espaldas a Teodosio aligerando o ralentizando el paso según hiciera el aldeano. Este ser parecía carecer de pies y sus movimientos indicaban que se desplazaba como deslizándose ó flotando sobre el suelo.»

Teodosio comenzó a canturrear, un poco por distraer el miedo y otro poco pensando que así llamaría la atención de aquel ser y se giraría, pero la extraña figura se mantenía impasible a sus cánticos.

Algo, que desconocemos, debió ocurrir cuando Teodosio se detuvo en la fuente conocida como “La Ritera” para dar de beber a la mula, la figura al igual que ocurrió anteriormente se paró como esperando al garganteño y a su bestia.

Teodosio, asustado azuzó la mula dándose la vuelta hacia el pueblo, aunque luego se lo pensó mejor y volvió por el mismo camino para recoger las castañas, durante el trayecto no paraba de mirar hacia los lados para ver si volvía a ver a aquel extraño ser, pero éste jamás volvió a aparecer.

Cuando regreso al pueblo, lo hizo, con el rostro desencajado, irrumpiendo en su casa le dijo a su mujer “¡No vuelvo, Agustina, no vuelvo!”, posteriormente se acostó apresuradamente como poseído por un terror indescriptible.

 

Fuente: Extremadura Misteriosa. Recuperado de: http://www.extremaduramisteriosa.com/la-enigmatica-dama-de-negro

Jordana La Bella

JORDANA LA BELLA

Hace ya tiempo, vivió en Badajoz una bella aristócrata, la joven huérfana, era una mujer de cuidado y pulcro refinamiento, que a su paso aromatizaba las calles de la capital pacense con antiguos ungüentos orientales, su nombre era Jordana.

Cierto día, llegó a Badajoz el rey de Portugal acompañado de un selecto sequito, entre su escolta se encontraba Joan Franco, el caballero preferido del monarca, un hombre rico, apuesto y arrogante de gentil mirada. Entre la multitud que se encontraba esperando al rey se encontraba la bella Jordana, con quien Joan Franco a su paso cruzó una cálida mirada. De vuelta a casa, a la altura del puente que cruza el Guadiana, Jordana se topó con un misterioso personaje que desde el primer momento le llamó poderosamente la atención, era un hombre maduro, de tez oscura, ojos negros, mirada fría y larga barba, tenía aspecto de judío. Al pasar Jordana por delante de él éste clavó sus ojos en ella, sintiéndose atravesada por una mirada siniestra y escalofriante.

Al día siguiente, Joan Franco envió una misiva a Jordana con la petición de verla en palacio, a lo que ella accedió, cortés y aristócrata se presentó vestida de se­das y adornada con sus mejores joyas. El ambiente no pudo ser más refinado, su presencia fue objeto de comentarios de envidia y admiración ya que ninguna mujer de las presentes desprendía tan sutil elegancia. La visita fue corta y respetuosa. Aunque el caballero lusitano la recibió cortésmente, la joven no cedió a sus pretensiones amorosas y abandonó muy pronto el lugar. Pero Joan juró que aquella doncella sería suya.

Algunos días después, Badajoz amaneció consternado, Joan Franco apareció muerto junto a unos árboles que vigilaban los to­rreones de la alcazaba, tenía su corazón atravesado por un cuchillo. Todo Badajoz hablaba de un lance amoroso con un pretendiente español, que también aspiraba a los favores de Jordana, llamado Gonzalo Bejarano.

Jordana acudió vestida de luto a rendir tributo al caballero portugués que tan intensamente la había admirado. Al volver del velatorio, justo cuando iba a cruzar la calle donde se encontraba su palacio, se volvió a encontrar con el hombre misterioso con el que se cruzó en el puente del Gua­diana. En esta ocasión, de nuevo, y sin cruzar una palabra Jordana se volvió a sentir humillada por la mirada perversa de aquel hombre misterioso.

Pasado el tiempo, cuando el crimen de Joan se iba olvidando, se encontró el cadáver de su otro pretendiente, Gonzalo Bejarano, flotando en las mansas aguas del río Guadiana, justo en el lu­gar donde se despide de España para entrar en Portugal. Su cuerpo no mostraba signos de violencia.

Jornada, destrozada, lloraba amargamente intentando buscar explicaciones a unos acontecimientos que no alcanzaba a entender. Sus dos pretendientes habían muerto en un breve periodo de tiempo por causas desconocidas. Sin dejar de llorar, inmediatamente le vino a la mente aquel hombre misterioso que hasta en dos ocasiones la había obsequiado con sendas miradas oscuras y crueles.

Sin poder demostrar nada sobre aquel hombre, unos meses más tarde, cuando nadie lo esperaba, un día géli­do del frío invierno Jordana abandonó su palacio y su ciudad. Se marchó en la más absoluta miseria, sola, vestida con harapos y con sus ojos llenos de lágrimas. Badajoz vibró nuevamente por la noticia de la partida de la joven aristócrata. Un tiempo después se enteró que aquel personaje de la barba negra y semblante oriental fue el que realizó la subasta de su cuantiosa fortuna.

Unos años más tarde, al ocaso de un día de primavera, en la mansión que un día perteneció a Jordana, y que fue adquirida por los Lopes de Mendoza, sonaban dulces acordes musicales. Una mendiga de semblante encorvado y pasos desiguales se detuvo a escuchar la música y a oler las azucenas blancas del palacio. Al caer la noche llenando la luna nueva la calleja de paz y pureza, el sueño comenzó a apoderarse lentamente de ella. A la mañana siguiente, cuando Lopes de Mendoza salió de palacio, se encontró a una mendiga “durmiendo” en la puerta de su casa, al querer despertarla se dio cuenta de que ya era tarde: Jordana esta muerta.

 

Fuente: Extremadura Misteriosa. Recuperado de http://www.extremaduramisteriosa.com/jordana-la-bella

Leonarda y el Mercader de Zafra

LEONARDA Y EL MERCADER DE ZAFRA 

Leonarda era una chica muy hermosa, hija de una familia muy humilde, cuyo padre quería explotar la hermosura de la muchacha para casarla con alguno de los poderosos mercaderes que habitaban en la villa zafrense.

Sin embargo, Leonarda estaba enamorada de un chico de la Atalaya, que no era del agrado del padre. El mercader que tenía la promesa del padre de que la chica sería para él, atentó contra la vida del muchacho clavándole un puñal. Leonarda, ni corta ni perezosa se vengó del mercader disparándole unos tiros, marchándose después del pueblo, vestida de hombre, disfraz que ya no abandonaría en mucho tiempo.

Con su identidad de hombre, Leonarda se adhirió como soldado al ejército del rey, destacándose como un buen militar, siendo ascendida a capitán. Después de unos años, el ejército de Leonarda fue destinado a Zafra, para acompañar al príncipe Don Juan José de Austria, que fijó su residencia en esta ciudad. Sin que la reconociera su madre en un principio, Leonarda se hospedó en casa de su familia, que por fin reconoció en aquel soldado las facciones de su hija desaparecida hacía tanto tiempo. Se descubrió la identidad femenina de la muchacha y ésta le preguntó a su madre por su antiguo novio, recuperado de la tremenda herida que sufrió. El chico, al desaparecer Leonarda se había metido a fraile en un convento lejano a Zafra.

La leyenda acaba con la profesión de la muchacha como religiosa en el Convento de Clarisas, acompañada por el aplauso y admiración de los soldados de su regimiento, que hasta entonces no habían reconocido la verdadera personalidad femenina de Leonarda.

Fuente: http://www.visitazafra.com/index.php/conocezafra/leyendas/54-la-leyenda-de-leonarda

 

El Conde Olinos

EL CONDE OLINOS 

El romance del conde Olinos es uno de los más conocidos de nuestro romancero tradicional. Los romances tienen su origen en los cantares de gesta; los juglares los recitaban y cantaban en los ambientes cultos de la sociedad medieval; a partir del siglo XV fueron también los hombres del pueblo llano quienes los ejecutaban y desde entonces se han seguido cantando hasta nuestros días, bien conservando muchos de los viejos temas o bien añadiendo otros nuevos.

Debido a que este Romance es de tradición oral existen una gran cantidad de versiones del mismo.

Se han localizado casi un centenar, este en concreto lo sitúan en Las Mestas, Las Hurdes:

 

«Conde Olinos, conde Olinos es niño y pasó la mar.

Levantose el conde Olinos mañanita de San Juan

a dar agua a su caballo a las orillas del mar.

Mientras el caballo bebe canta un hermoso cantar.

– Bebe, bebe el mi caballo Dios te me libre del mal,

de los vientos rigurosos y de las olas del mar.

Bien lo oyó la reina mora que en las altas torres está.

-Escuchad, mis hijas todas las que dormid,

despertad, y bien oiréis la sirena sirenita de la mar.

Respondió la más pequeña -Más le valiera callar,

que ésa no es la voz de la sirena que ella tiene otro cantar.

Es la voz del conde Olinos que a mis montes va a cazar.

-¡Mis morillos, mis morillos los que comeis el mi pan,

a buscar al conde Olinos que a mis montes va a cazar;

el que me lo traiga vivo un reinado le he de dar;

el que me lo traiga muerto con la infanta ha de casar;

el que traiga su cabeza de oro se la he de pesar…»

 

Fuente: https://alcazaba.unex.es/~emarnun/

María «La Viuda»

MARÍA LA VIUDA

En unas montañas cercanas a Alcuéscar vivía en una cueva un extraño personaje, vestía con andrajos y pieles mal curtidas, un misterioso hombre de ojos hundidos y barba larga, espesa y descuidada.

Por las tardes al ponerse el sol podían escucharse en la montaña los suspiros y lamentos que exhalaba durante sus penitencias, si un campesino pasaba cerca, al escucharlo, aligeraba el paso acobardado. El ermitaño pasaba la vida entre oraciones y penitencias y se alimentaba de las limosnas que recibía. Poco a poco su fama de santo fue extendiéndose llegando a creer la gente de la comarca que hablaba con Dios, y no les faltaba razón, pues cierto día queriendo conocer el destino de su alma le preguntó al Todopoderoso, que le dio a entender que sería el mismo que el de una mujer que vivía en Cáceres conocida como “María la Viuda”.

El santo se desplazó hasta Cáceres y visitó a un clérigo amigo suyo con la esperanza de que conociera a María y le indicase como acceder a ella.

-«Hermano, dime dónde vive María la Viuda. Quiero verla e imitar sus santas obras, para así ganar el cielo».

-«Debes estar equivocado. En el mundo no hay quien sea más santo que tú. La Viuda es una mujer que ha dado mucho que hablar, no te acerques a ella, que es un alma perdida famosa por las deshonestaciones que ha cometido”

-«¿Cómo es posible que sea cierto lo que dices?- Dijo el ermitaño

Confuso, le contó que era voluntad de Dios conocer a esta mujer, por lo que el clérigo le indicó donde vivía.

Nada más llegar a casa de María, ésta se echó a sus pies y le dijo:

-«¡Cómo tanta honra para esta pobre pecadora! ¡Santo varón, mi casa es la del pecado! El Señor no quiere que tengáis por posada esta casa. Hay en la ciudad palacios, donde estaréis con más honor»

-«María-dijo el santo-, el Señor me ha dicho que venga a tu casa, y supongo que no querrás enojarlo»

Al día siguiente María, se sinceró en confesión con el ermitaño:

-“Santo varón, tengo que hablaros, Dios os ha enviado para desahogar mi conciencia. Con vos no debo guardar mi secreto. No me denunciaréis a la justicia. Venid conmigo, que voy a dar de comer a un pobre que padece persecución por la justicia. Hace veinte años que lo escondo en mi casa, es el asesino de mi único hijo”.

-«¡El asesino de tu único hijo! ¿Y lo guardas en tu casa?»

La mujer se percató del desasosiego de su confesor y prosiguió:

-“Los dos fueron muy amigos cuando eran jóvenes. Un día riñeron y mi hijo murió de una puñalada, el asesino vino a mi casa arrepentido y perseguido por la justicia, iban a matarlo. Yo me compadecí de su desgracia, ya que no podía remediar la mía. Estoy ofreciendo este sacrificio al Señor cada día, para que perdone mis muchos pecados».

El ermitaño quedó mudo un rato, apenas sabía que contestar:

-«En verdad, mujer, que tu sacrificio es más que humano. Todos los días renuevas tu dolor y tu perdón y lo envuelves en la caridad más heroica y exquisita».

El ermitaño volvió a Alcuescar, reconociendo que sus penitencias eran algo insignificante comparado con el terrible dolor que renovaba diariamente María, pagando así por todos sus errores cometidos.

 

Fuente: Extremadura Misteriosa. Recuperado de http://www.extremaduramisteriosa.com/maria-la-viuda

La inquietante Mano Negra

LA INQUIETANTE MANO NEGRA 

Cuenta la leyenda que hace ya muchos años vivía en Orellana la Vieja una hermosa moza que debería rondar la veintena. A pesar de su origen humilde había sido educada en las mejores y más cristianas costumbres.  La muchacha se encontraba enamorada de un joven pastor del pueblo al que solamente veía por las noches en la puerta de su casa. Allí, como otras jóvenes de su edad, fantaseaba con casarse con él y formar una familia. Sin embargo, también tenía otro pretendiente, un mozo que, aunque de buena familia, era engreído, caprichoso y altanero, en varias ocasiones había desoído y rechazado sus deshonestas proposiciones. El joven al verse despreciado una y otra vez decidió vengarse y tramó un plan colmado de mentiras y calumnias, esas serian sus armas.

Cierto domingo después de misa, congregados en la puerta de la iglesia, los mozos esperan ver salir a las muchachas del templo. Sobre nuestra joven todos los comentarios eran piropos y admiración resaltando sus bellas cualidades. Contemplando la escena desde lo lejos está nuestro bravucón joven, el cual levantando la voz exclamó con desprecio “no tan buena y honrada como parece, si no que me lo pregunten a mí las dos noches que me acosté con ella en la Huerta del Lugar”. Estas palabras hicieron que los presentes se quedaran atónitos y la joven, con lágrimas en los ojos, huyó despavorida hacia su casa. Los rumores se extendieron como la pólvora por Orellana a pesar de que ella juraba y perjuraba que aquello era falso.

Pronto se encontró sumida en una profunda depresión, pues le parecía imposible poder limpiar su honra, en todo momento estuvo acompañada de su joven novio y de sus familiares. A los tres días le entraron unas fuertes fiebres de las que no pudo recuperarse y falleció a los tres meses. Moribunda en la cama dejó constancia que quería ser enterrada cerca del Castillo, donde su novio pastoreaba el ganado.

No habían pasado ni tres semanas del fallecimiento de la muchacha, cuando el joven causante de tal desgracia comienza a sentirse perseguido y amenazado. Por las noches una silenciosa y aterradora sombra le persigue y no se separa de él a cada paso que da. Sus amigos enterados del suceso le rehúyen no queriendo estar junto a él al caer la noche. Tras unos días, muerto de miedo decide ir a confesarse. El sacerdote, asombrado por lo que estaba escuchando, le puso de penitencia velar tres noches consecutivas dentro de la iglesia, desde el anochecer hasta el amanecer, entre el toque de ánimas y el toque del alba.

La primera noche, entró en la iglesia sobrecogido, la tenue luz de la lampara de aceite del Sagrario, la altura de la iglesia y aquel sepulcral silencio le causaban pánico. Se sentó en uno de los bancos más cercanos al altar y comenzó a rezar. Al cabo de la medianoche unos sobrecogedores ruidos le helaron la sangre, unas voces lejanas acompañadas de lo que parecía el estallido de un cañonazo le hicieron levantarse del banco. En ese justo momento, una de las baldosas del piso saltó por los aires y del hueco negro y profundo salió una inquietante mano negra con uñas metálicas que intentaba atraparle. Preso de terror corrió a ocultarse detrás de la Virgen de los Dolores y en ese mismo instante la mano se ocultó y la baldosa volvió a su lugar.

La segunda noche, fue con más miedo aún, casi no había podido pegar ojo, no dejaba de pensar en lo ocurrido la noche anterior. Se encontraba de nuevo rezando, sentado en los primeros bancos de la iglesia, pero no dejaba de mirar por el rabillo del ojo a la baldosa que la noche anterior había saltado y por donde apareció aquella aterradora garra. De nuevo, a medianoche se volvieron a escuchar los mismos ruidos que hicieron que se pusiera en pie de un salto. Una vez más, una mano negra que salía de la misma baldosa intentaba atraparle, por lo que corrió a refugiarse detrás del Sagrado Corazón de Jesús, volviendo a desaparecer la garra y la baldosa volver a colocarse.

La tercera noche, estaba que no se tenía en pie, muerto de sueño a la vez que airado por las terribles visiones que estaba presenciando, volvió a la iglesia. Comenzó a rezar y a mirar la baldosa que noches atrás había protagonizado el percance, pero su cuerpo no podía más y poco a poco se fue durmiendo. A la media noche, al igual que las noches anteriores un fuerte golpe que venia de la baldosa presagiaba lo peor, de nuevo una mano hacia un nuevo intento de atraparlo. Pero en esta ocasión, el joven estaba adormilado y no tuvo tiempo nada más que de subir por una pequeña escalera que daba acceso a un gran hueco detrás del altar mayor. La mano se abalanzó sobre él clavándole sus uñas metálicas en la garganta.

A la mañana siguiente al toque del alba, cuando los primeros devotos acudían al templo, se encontraron con la escena: las paredes de la iglesia estaban ensangrentadas, el cadáver del joven tirado en el suelo, su cara estaba cubierta de sangre y espantosamente desfigurada, los ojos se encontraban fuera de sus órbitas y la lengua la tenía por fuera, negra como el carbón, parecía que se la hubiesen intentando arrancar.

Tras este suceso, cuentan los vecinos de Orellana que en los días que sopla el aire solano, cerca del castillo, se escuchan unos discordantes ruidos. Estos ruidos se asocian a los de una persona que llora entre sollozos, dicen que es el espíritu de la joven a la que un desalmado mancilló su honra.

 

Fuente: Extremadura Misteriosa. Recuperado de: http://www.extremaduramisteriosa.com/la-inquietante-mano-negra

 

El Fantasma de Saucedilla

EL FANTASMA DE SAUCEDILLA

Un extraño personaje mantuvo en vilo a la localidad cacereña de Saucedilla allá por el año 1983, las sucesivas apariciones de una tenebrosa criatura a adolescentes del pueblo sembraron el terror.

Mari Carmen, una adolescente de 14 años, regresaba a casa sola el 17 de octubre de 1983. Ya casi había atardecido, caminaba por la avenida Juan Antonio González Amézqueta, lo hacía cabizbaja, enfrascada en sus pensamientos, la calle se encontraba ya casi en penumbra. De repente, al levantar la cabeza, una extraña figura a lo lejos despertó su inquietud, un extraño personaje se aproximaba caminando por la otra acera en dirección suya. Aquella figura avanzaba con un paso parsimonioso, tenía una estatura descomunal y vestía unos largos y oscuros ropajes. A penas habían transcurrido unos segundos cuando el extraño ser cruzó la calle cambiándose a la acera por la que caminaba Mari Carmen y comenzó a avanzar lentamente hacía ella. La adolescente fue progresivamente disminuyendo el paso hasta que se encontró frente a la figura, no debían de separarlos más de cinco metros. Mari Carmen inmóvil, muerta de miedo observaba a este extraño ser que no le quitaba la vista de encima. Entonces pudo fijarse bien en él, solo su envergadura causaba pavor:

«Creo que podía medir los tres metros de estatura. Sus ropas eran extrañas, a modo de túnica negra, muy holgada, que le caía a plomo hasta el suelo. No parecía que tuviese pies o, al menos, no los vi. Pero, es que, además, tampoco se le notaban las piernas, que se deberían dibujar en el tejido al caminar. De cualquier forma, aquel ser no se desplazaba como nosotros, iba como flotando a ras del suelo. Se deslizaba siempre a la misma velocidad, uniforme y muy lenta, sin hacer movimiento alguno con el cuerpo. Al llamarme la atención precisamente esto que digo, miré hacia donde deberían estar sus pies y observé algo que me sigue intrigando ahora. La parte baja de su vestimenta se agitaba como si tuviera algo que echara aire debajo de esos faldones, ¡vaya, que parecía que tuviera dentro un ventilador!.»

 Mari Carmen observó otros detalles de este tenebroso ser que no podrá olvidar jamás:

«En la cabeza parecía llevar un tocado, pero su rostro no lo pude distinguir, no sé si porque el gorro hacía sombra o porque la luz ya era casi inexistente. También, llevaba una especie de bolso o algo colgado. No tenía brazos o no se le apreciaban, tal vez los llevara pegados a los costados.»

Durante unos instantes, la joven no sabía como podría reaccionar este ser, entre la distancia de ambos se encontraba una bocacalle. Repentinamente y en silencio, con la misma pasmosa lentitud con la que se acercó, el extraño paseante se giró internándose por la calle que los separaba. Ella en un acto de valentía, salió detrás asomándose a la calle, pero aquella presencia se había esfumado, era prácticamente imposible que hubiese alcanzando el otro extremo de la calle en tan poco tiempo, pues no debieron pasar más de cinco segundos. Llena de pánico emprendió una desenfrenada carrera hasta llegar a su casa.

Cuatro días más tarde, Mari Carmen, acompañada de dos chavales más jóvenes, a los que le había contado la historia, salieron para buscar a esta tenebrosa criatura, y como acudiendo a la llamada este misterioso ser hizo acto de presencia. Se encontraban caminando por una de las calles del pueblo, cuando uno de los chavales vislumbró en el otro extremo de la vía una extraña presencia y comenzó a gritar y a señalarla. Un escalofrío recorrió sus cuerpos, los dos adolescentes salieron huyendo rápidamente, pero Mari Carmen se mantuvo inmóvil unos segundos sin quitar la vista de aquella extraña figura, tras un momento de observación salió huyendo tras de ellos:

«Estaba allí, parecía observarnos, asomado a la otra esquina. Sólo se le veía la cara, una cara redonda y blanca. Se distinguía perfectamente en la oscuridad, a pesar de la distancia. Era un rostro resplandeciente y sus ojos, también.»

Seguramente por miedo al ridículo y a que no la creyeran, no le contó nada a sus padres hasta pasados dos días, cuando otra chica, Mariví, de once años, llegó con el semblante desencajado contando a un grupo de amigos que había visto a una misteriosa persona muy alta vestida con un traje largo y negro.

Paralelamente a estos hechos, otra joven del pueblo, María del Mar Mariscal, de 13 años de edad, tuvo dos extrañas experiencias con un ser de similares características.

Su primer encuentro se produjo cuando la joven caminaba por la avenida Juan Antonio González. Era ya de noche y se encontraba a punto de llegar a su casa cuando a unos metros de la puerta de su domicilio observó en mitad de la calzada una silueta alta vestida con unos ropajes largos y oscuros. Esta presencia se mantenía inmóvil, parecía estar observándola. María del Mar la estuvo mirando unos segundos, apartó un instante su vista del inquietante observador y cuando volvió a mirar había desaparecido. Rápidamente se metió en casa, y decidió intentar borrar de su mente aquella visión.

Esa misma noche, unas horas más tarde, la joven volvería a tener otro encuentro con el tenebroso ser, esta vez la situación sería de mayor pánico. María del Mar y su familia no habían hecho nada más que terminar de cenar y la joven se levantó para recoger la mesa, salió al patio exterior de la vivienda donde se encontraba el cubo de la basura para tirar los desperdicios.

Cuando se disponía a tirar las sobras, junto a unos de los postes de la cancela exterior de la casa, dentro del recinto se encontraba inmóvil una figura muy alta, de aspecto humano. Llevaba una amplia túnica que no dejaba ver ni pies ni manos, parecía flotar sobre el suelo. Llevaba algo parecido a un bolso en su brazo derecho. Su cabeza tenía forma “apepinada“ y se le veía la cara perfectamente, muy pálida, con el cabello corto peinado hacia los lados y con una marca, parecida a una cicatriz bajo la mejilla izquierda. Los ojos eran muy pequeños, como dos puntos brillantes extraordinariamente oscuros. Medía más de dos metros, pues la columna junto a la que se encontraba, tenía dos metros de altura y solo alcanzaba los dos tercios de su cuerpo.

María del Mar se encontraba solamente a unos pasos de la extraña figura, ésta se mantenía quieta, pero parecía mover los labios como queriendo decirle algo y con la mano derecha le hacía gestos indicando que se acercara. La joven ni siquiera soltó lo que llevaba en sus manos, salió disparada hacía el interior de su casa, con el miedo reflejado en su rostro, entró gritando que algo espantoso se encontraba en el patio.

Su padre salió de la casa raudo, con cuchillo en mano, pero en el jardín ya no había nadie y la cancela se encontraba cerrada. Esa noche los perros de los alrededores no pararon de aullar y ladrar.

Tras los diversos avistamientos, los hechos adquirieron tal relevancia que hicieron intervenir a las autoridades, incluso la Guardia Civil acompañada de numerosos vecinos realizaron los días posteriores batidas por el pueblo y sus alrededores, intentando dar con el extraño ser sin éxito.

Para terminar, decir que las misteriosas apariciones han sido descritas de forma similar por todos sus protagonistas y que ocurrieron paralelas en el tiempo. De manera que, todo hace pensar que estamos ante un único extraño humanoide.

Tan solo unos meses antes, en concreto en julio de ese mismo año, una extraña nave a la que calificaron de nave nodriza surcó los cielos del pueblo.

¿Existe relación entre la aparición de este fantasma ensotanado y los extraños fenómenos OVNI que se produjeron en la localidad tan solo unos meses antes?

 

Fuente: Extremadura Secreta. Recuperado de http://www.extremaduramisteriosa.com/el-fantasma-de-saucedilla

 

 

El Romance de Agustinita y Redondo

EL ROMANCE DE AGUSTINITA Y REDONDO

Un romance muy popular en Granja de Torrehermosa nos relata la trágica historia de amor que vivieron Agustinita Moreno, una joven granjeña, y Redondo, un mozo de Azuaga. Cuenta el romance que podréis leer a continuación, que pese a que ambos se encontraban locamente enamorados, Antonio Moreno, padre de Agustinita, jamás aprobó la relación e impidió que su hija se siguiera viendo con el mozo.

«Relata la canción popular que Agustinita, al no poder ver a su amado, murió de mal de amores, aunque existen otras referencias que indican que pudo fallecer a consecuencia de la herida que le produzco un corchete del corsé, que al infectarse le produjo una mortal gangrena. Esta canción era cantada por los romanceros que frecuentaban las distintas localidades de la comarca.

El romance que a continuación exponemos corresponde a la variante cantada en la Campiña Sur:

«En el pueblo de la Granja
había una señorita
hija de Antonio Moreno
que se llamaba Agustinita;
estando la Agustinita
con su Redondo en la puerta
vino su padre el cruel y
la trató de sinvergüenza.

¡Padre, que malita estoy,
padre, me voy a morir,
deje usted entrar a Redondo
que se despida de mi!

Y el padre le ha contestao
con palabras muy soberbias;
¡Aunque te mueras mil veces,
Redondo en casa no entra!

¡Adiós Redondito, adiós,
que en el cielo nos veremos,
que el padre que me dio el ser
no quiere que nos casemos!

¡Ay qué padre tan cruel
y que familia tan baja,
que antes de morir la hija
le han encargado la caja!

La tapa era de cristal,
Las columnas de madera,
que se las hizo Ulpiano
pa que Redondo las viera.

Ya se ha formado el entierro
con mucha rigoridá,
Redondo iba delante,
Ulpiano iba detrás
y el criminal de su padre
liando un cigarrillo va.

Al entrar al cementerio,
Redondo le ha dado un beso
y el criminal de su padre
le tiró de los cabellos;
al entrarla en el panteón
Redondo s´echó a llorá
y el criminal de su padre
le ha dado una puñalá.

Ya se murió Agustinita,
la de los ojitos garzos,
la que le quitó a Redondo
tantas horas de trabajo;
Ya se murió Agustinita,
la de los ojitos negros,
la que le quitó a Redondo
tantas horitas de sueño.»

Fuente: Extremadura Misteriosa. Recuperado de:  http://www.extremaduramisteriosa.com/el-romance-de-agustinita-y-redondo